En nuestra sociedad está mal visto fallar, a pesar de que existen numerosas frases compasivas con el error como “errar es de humanos y rectificar es de sabios”, “experiencia es el nombre que le damos a nuestras equivocaciones”,…y muchas más. Sin embargo, parece que la opinión general se resiste a perdonar los fracasos.
Esto provoca que algunas personas tengan ideas limitantes sobre su propia valía y autoestima, conduciéndolas a temer el fracaso.
Conocer más sobre el miedo el fracaso fue el tema del que hablamos dentro del programa enComunicación.
Parece que a veces no necesitamos enemigos. Nosotros mismos podemos ser muy crueles a la hora de juzgarnos o de poner frenos que limiten nuestros avances y sueños.
Como ejemplo, hace unos días leí una interesante reflexión de una persona que decía textualmente: “Sé que soy mi peor enemigo, que le doy mucha más importancia a los comentarios negativos que a los positivos. Mi poca autoestima hace crecer el miedo al ridículo y al qué dirán en mi cabeza.”
Vemos aquí cómo nosotros mismos, a través del miedo, paralizamos la toma de decisiones y afectamos nuestra creatividad de forma negativa.
Robert Kelsey en su libro “¿Qué te detiene?” comenta que millones de personas inteligentes en todo el mundo normalmente no desarrollan todo su potencial debido al miedo al fracaso. Nosotros mismos, al decirnos que no podemos, afectamos nuestra conducta y esto nos puede llevar al fracaso. Así, este diálogo interior negativo lo transformamos en certeza y nos encontramos en una profecía autocumplida.
https://www.youtube.com/watch?v=BQ3qnllqS9s
El miedo a no ser capaz o a ser rechazado por los demás supone un fuerte freno al éxito o a la obtención de metas alcanzables y realistas.
En este sentido, Kelsey cita a Atkinson, de la Universidad de Stanford, quien realizó una investigación sobre “Motivación para el éxito”.
En esta ocasión se dieron tareas relacionadas con el logro a un grupo de niños. En la primera etapa se observó que tenían dos reacciones respecto a la forma de afrontarlas: unos esperaban el éxito y otros esperaban un fracaso. Atkinson consideró entonces que la acción de una persona estaba influida según tuviera un nivel innato bajo o alto de «motivación para el éxito».
Durante el estudio se permitió que los mismos niños eligieran sus tareas. Se vio que los que tenían una motivación alta para triunfar elegían tareas con un nivel medio de exigencia, porque se centraban en las recompensas del éxito.
Sin embargo, los que tenían una motivación baja o sentían miedo a fracasar, se ponían nerviosos ante tareas de dificultad media y, en muchos casos, trataban de evitarlas por completo.
La conclusión de Atkinson fue que a las personas con fuerte motivación para conseguir sus objetivos no les preocupa en gran medida el fracaso. En cambio, las personas que sienten miedo a fallar temen la humillación y por eso evitan todo aquello que suponga un potencial de fracaso. Se conforman, diríamoslo así, con hacer tareas simples o afrontar algunas casi imposibles debido a que las consecuencias del fracaso serían valoradas por los demás con cierta benevolencia puesto que el éxito era muy improbable y, al menos, se les reconocería el mérito de haberlo intentado.
El fracaso siempre supone una experiencia positiva, a pesar de que resulte difícil aceptarlo así. Entender el fracaso desde una doble perspectiva ayudará a tener más recursos para aprender y superar esta circunstancia:
Si lo planteamos como una lección en el camino hacia nuestro objetivo, será así.
Si lo consideramos como una confirmación definitiva de nuestra personalidad o de que no podremos conseguirlo, encontraremos ese resultado.
La clave está en aceptar el fracaso como parte del viaje, sin temerlo. Levantarse, una vez más, para continuar adelante aprendiendo lo que la vida y nuestras actitudes nos enseñan.
En definitiva, el problema y la solución del miedo al fracaso están siempre en uno mismo, la persona.
Podemos cortarnos las alas sin atrevernos a salir nunca del nido o ser capaces de volar hacia grandes objetivos en nuestras vidas y sociedades.
¿Qué eliges tú?…